Hace unas semanas, unos educadores vinieron a nuestro instituto para hacernos una charla sobre la violencia de género. Básicamente nos explicaron que es y cómo reconocerla. Nos separaron en dos grupos, -chicos y chicas- y a cada grupo le explicaron cosas distintas. A los chicos les explicaron los límites para no pasarse, en forma de pirámide, y si te pasabas de ese límite era muy malo.
Por otro lado a nosotras, las chicas, hicimos una actividad que trataba sobre escribir en un papelito, de forma anónima, experiencias de violencia de género que hayamos visto o vivido. Luego pusimos todos los papelitos dentro de una caja. Una de nosotras, de forma aleatoria, tenía que leer el papel en voz alta. Lo compartimos y lo reflexionamos entre todas nosotras de manera tranquila.
Cada una tenía una experiencia tanto suya como de otras personas, pero aun así, nos sentíamos en una zona segura y de confianza. También nos explicaron los ejemplos de microviolencia, como detectar esos momentos y cómo llevarlos al respecto.
Esa misma semana, durante la sesión de tutoría del viernes, le comentamos a nuestro tutor que queríamos hacer una actividad de reflexión para los chicos sobre este tema. La actividad trataba sobre que tenían que leer nuestros papeles en anónimo, dando su opinión después de que lo leyeran, y de esta manera, que se pusieran en nuestra piel. La verdad es que se comportaron mejor de lo que nos esperamos.
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